OLIVIER CAUX
© Foto: Camille Girard
Mi inspiración: el cuerpo en movimiento
Si alguna vez has visto a una mujer cargando una hormiga gigante con un cocodrilo colgado sobre su hombro, entonces estás familiarizado con las esculturas de Olivier Caux.
Licenciado en biología, Olivier Caux no pretendía ser artista, pero, a partir de cada experiencia, se inspiró en estas formas celulares, casi orgánicas, que estudió para crear sus personajes. Los volúmenes son sencillos, las líneas puras y suaves, facilitando una lectura ágil.
Cada figura es monocromática y carece de detalles y expresiones, pues la mente no debe estar saturada y perder lo esencial: el movimiento. La resina es para él el material ideal, fácil de domar, que le permite dar rienda suelta a su imaginación y le otorga esta apariencia pulida y fluida, un material mágico que, de líquido a sólido, pasa de ser líquido a sólido.
Su efervescente creatividad cobra vida. Esbeltas sílfides, con formas casi serpentinas, se pasean con gracia mientras un gato salta, una ágil cierva esquiva una lluvia de flechas y un conejo desenfunda su pistola. Sí, porque en el maravilloso mundo de Olivier Caux, ¡son los conejos los que van armados!
Las extremidades se estiran y a veces se extienden con aletas, hélices o aletas como para cortar mejor los elementos y desafiar el tiempo, mezclando así las singularidades de lo humano y lo animal para dar vida a seres híbridos y giratorios.
Como sacadas de un cuento de Lewis Carroll, las esculturas de Olivier Caux son caprichosas, lúdicas y refrescantes. Un universo ligero y pop que despierta al niño que cada uno lleva dentro, una explosión de alegría, una experiencia rejuvenecedora.